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Cuando el COVID nos alcance

4 minutos de lectura

por Alberto R. León
categorías: opinión | diario | COVID-19 | Cosas

Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla from Sevilla, España, CC BY 2.0

La vida apesta. Cuántas veces no hemos escuchado decir esta chocante frase a adolescentes enojados con el mundo sin motivos más profundos que las cosas que sienten: el amor y su dolor, lo que papi y mami no quieren comprarles, la imposibilidad de que no te toque clase con tus mejores amigos en el nuevo curso. Sí, la vida apesta.

No quiero decir que estos incipientes jóvenes estén en un error (si algo es un hecho es que este log está construido alrededor de la melancolía por mi juventud). La vida apesta es un axioma, algo irrefutable. Puedes decirme una cosa que valga la pena y con facilidad podría sacar al menos cuatro que no. Ojo, no hablo de qué vale más o menos, pues el valómetro de vivencias no interviene en esto. Hablo de que la cantidad de cosas que no valen la pena nos rebasan por mucho.

Cuando esos jóvenes maduren vivirán otras experiencias que les harán decir “la vida apesta”. De pronto debes pagar impuestos, declararlos, ¡y sacar la maldita constancia de situación fiscal!; también tendrás que trabajar, muchas veces en un lugar que odias, con un sueldo del carajo, rodeado de gente fastidiosa y bajo condiciones laborales poco dignas; sortear problemas con créditos y los bancos; la muerte de tus seres queridos, y un largo la vida apesta. Además el amor seguirá siendo un problema en otras dimensiones: divorcios, juicios, pagos/exigencia de pensión alimenticia, ETS, falta de honestidad y demás periplos sexuales.

Pensemos en el hoy, 07 de julio del 2022. Hay un gran problema de recursos naturales, crisis económica, el ascenso revitalizado del fascismo, feminicidios, estructuras sociales fragmentadas, colapso de la movilidad, crisis inmobiliaria, gentrificación y bueno, no sigo. Creo que cada persona que vive en México sabe de lo que hablo, y si no vives aquí mejor no te cuento porque es terrible, y si vives en México y no sabes de lo que hablo, bueno, supongo tu vida es buena y feliz. El punto es que la vida apesta.

Sumemos a todos los anteriores casos la crisis sanitaria por COVID-19 (“el/la” poco importa, honestamente), las exageradas cifras de casos (tanto de contagios como de muerte) y la injusticia social que se vive a su alrededor, el sistema de salud colapsado y los servicios privados y de dudosa calidad a la orden del día; la vida apesta.

Ayer dí positivo por COVID-19. Por supuesto que estoy asustado. Es una enfermedad que ha calado profundamente en la psique de las personas, y es muy cruel. A pesar de que tengo mi esquema de vacunación, y que las nuevas variantes son menos agresivas, el miedo se apodera de mí, me posesiona, me hace pensar no solo en la enfermedad, sino en lo que rodea la situación de la enfermedad. Por ejemplo, contagiar a las personas que amo y que sé la pueden pasar muy mal; saber que si tengo una urgencia no tengo ahorros suficientes para costear si quiera una noche en un hospital, o que no me alcanza para un tratamiento a largo plazo o de plano la cremación y la urna en caso de ser necesario. Además, mientras esas cosas pasan por mi mente, también tengo que atender otras como los impuestos, la familia, el trabajo, las deudas y otro largo la vida apesta.

Las personas que me conocen saben que no soy un tipo muy positivo, e incluso puedo llegar a ser antipático. Pero amo la vida y amo vivirla (no en un sentido provida, obvio), y amo poder abrazar y sonreírles a mis seres queridos, bromear, salir a tomar una cerveza, leer poesía, aprender, esforzarme y dar lo mejor de mí en lo que me interesa darlo. La vida apesta, no pienso refutar eso, pero tampoco quiero que termine porque sé que aún tengo mucho que dar. Y en el fondo, por más negativo que pueda parecerte, estoy convencido de que las cosas pueden cambiar. Quizá, si salgo de esta, pueda escribir de mis sueños y utopías, quizá…

Hoy escribo desde el miedo.


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