De las vestiduras desgarradas a la risa: o de por qué vale un carajo la premiación de Bryce
5 minutos de lecturapor Alberto R. León
Igual que chismes de lavadero, vemos las actuales polémicas literarias en torno a los premios que tiempo atrás gozaron de gran prestigio y que hoy no son más que una mera razón de dimes y diretes que recaen en un profundo ocio.
El caso más reciente, el de Bryce Echenique y el premio FIL 2012 que evidencia un colapso que tiene lugar fuera del mero acto de plagio, denunciado por algunos intelectuales o expertos en el tema, sino que las raíces de toda esta parafernalia es la propia institución literaria en México.
Tal parece que nadie le ha dicho a estos defensores de las buenas costumbres literarias, y a los plagiadores de tercera, que en realidad a nadie le importa un reverendo bledo si fulano o mengano gana por X o Y circunstancia. Quienes se rasgan las vestiduras al sentir que es una ofensa otorgar un premio a alguien que ha incurrido anteriormente en prácticas plagiarias quizá tienen un horizonte demasiado chato del verdadero fondo. Un síntoma muy grave es quizá el desinterés sembrado en el público lector, sin embargo este desinterés está fundamentado en un hecho: la caducidad de la institución literaria. Hoy en día una beca o un premio son más que cuestionables, porque eso ya no es sinónimo de prestigio o calidad.
Cuando la leche caduca apesta a rayos, está cortada y tiene un mal aspecto, así, como la leche caducada, se encuentra la institución literaria, con modelos que lejos de producir nuevas maneras de interacción con la sociedad o con el público lector, se ciñe a la estructura tradicional de la convocatoria tradicional con las reglas tradicionales, el resultado, por poner un ejemplo inmediato: Bryce Echenique es el premio FIL de Guadalajara 2012 porque el dictamen del jurado es inapelable.
Poco valió la protesta de numerosos críticos literarios y público lector, sin duda este revés dejó sentados y con un gran berrinche a todos aquellos que embravecidos protestaron por el nombramiento de Bryce como ganador de este premio en la FIL 2012. Pero qué hacer si ya bulleamos por Twiter y sabemos que en México que se puede pedir una pizza, un refresco y como postre un premio FIL a domicilio, ¿y luego?
No hay que culpar al beneficiado de esta situación (que se lleva un jugoso cheque, además de las mentadas de madre), ni al jurado cobarde (donde figuraba un actante acusado de plagio en el pasado), quienes a duras penas dan la cara por el dictamen, sino al tejido institucional que está en el trasfondo, personas o grupos que permiten este tipo de decisiones, y que se permiten igualmente cambiar la sede de la premiación con una sonrisa cínica, para esquivar la crítica de los inconformes.
Poco se puede esperar de esta institución literaria, pensemos, por ejemplo, en el sistema de becas a jóvenes creadores. En números reales, cuántos de estos artistas han realizado una verdadera labor creativa que repercuta en la consumación de su producto en la sociedad. Pocos, unos cuantos, se han comprometido realmente en ejercer su quehacer literario o artístico, pero por el contrario, las becas literarias son una fuente de subempleo; el joven creador goza de una beca por demás generosa para elaborar una obra que quién sabe dónde queda. Como paréntesis, o dato curioso, me sorprende la cantidad de apellidos, y apellidos compuestos, de personas del gremio literario que figuran en los resultados de estas becas.
Por otra parte, el plagiario, en este caso llámese Bryce Echenique, Seatiel Alatriste, Jorge Volpi o cualquier otro que incurra en estos actos, debe ser consciente que no puede excusarse bajo el argumento de realizar prácticas estéticas como el remake, la intervención o la apropiación de otras obras artísticas. Sin duda, los artistas que emprenden públicamente estos ejercicios literarios son indirectamente perjudicados por la imagen que dan aquellos sorprendidos con la masa entre las manos al argumentar torpemente que su plag… digo “obra” está basada en alguna de estas prácticas. Esto no sólo resalta el cinismo y la cobardía de estos autores, sino que proporciona una imagen que transmite falta de seriedad y compromiso en estas manifestaciones estéticas.
En mi opinión, la institución literaria debe refrescar su estructura, dar concesiones que puedan, por ejemplo, apelar la decisión del jurado (para los que están muy clavos en eso). El reto es ese, ¿cómo reformular esta institución caducada? Seguramente no son enchiladas, pero lo cierto es que más que quejarse y quedarnos viendo como chinos, es necesario actuar para, insisto, refrescar esta institución viciada. La FIL Guadalajara demostró algo, la crítica no basta, es necesario actuar, tal vez cambiar un poco el triángulo, tal vez darnos cuenta que la FIL y su premio pueden irse al infierno, porque la literatura no nace de los premios o becas, y eso es un alivio.
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