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Memorias III

3 minutos de lectura

por Alberto R. León
categorías: pensamientos | opinión | memorias | literatura

The practice of typography - illustration 001 Theodore Low De Vinne. New York: Century. 1901

Años atrás conocí a un joven escritor. No es que fuera meramente un joven que se dedicaba a escribir, sino que formaba parte de un sistema de becas estatales que nominaba así a sus huestes artísticas y cada especialidad estaba antecedida por la palabra “joven”, por ejemplo: joven escritor, joven pintor, joven músico, etc. Nunca entendí cuál era la condición o estatus de lo que se entendía por “joven”, pues un artista podía formar parte del programa hasta los 35 años.

El escritor que conocía es un poeta. Íbamos juntos en algunas clases de la universidad; en aquel entonces estaba más que vivo mi espíritu por ser escritor. Esta confesión la tengo que hacer con el orgullo de la inocencia y no con la pena de la pretensión, pues creía que el trabajo y el talento producto de horas y horas de práctica eran el camino certero y seguro a la carrera literaria. No podía estar más equivocado. Mi compañero, el joven escritor, se encontraba en aquel momento haciendo su carpeta de documentos para aplicar a las becas del Fonca. Sin embargo yo no podía entender ese concepto de crear una carpeta, o portafolio, ¿era entonces que el apoyo económico no llegaba por talento pero sí por organizar documentos personales? O debía tratarse de que él era realmente un mal escritor y por ello tenía que hacer tanto papeleo.

Este recuerdo me hace pensar lo ingenuo que era mi posición hacia la literatura, lo idealizado de mi objetivo en ser escritor, y sobre todo marcaría mi caída en pique hacia la apatía de la literatura. El joven escritor no era mal poeta. Pero tenía a su favor la paciencia para crear un portafolio que mostrara cómo la mayor parte de su obra, mala o buena (lo que eso signifique), era publicada en revistas y fanzines de circulación limitada y que rondaba en los mismos círculos de una comunidad de comentario de autoconsumo, pero eran publicaciones, y aunque había presentado sus libros frente a sus amigos contaban de igual manera como actos públicos y presentaciones, y aunque su amigo le hubiera hecho una entrevista para un blog personal ésta valía como nota de prensa. ¡Caray! ¿Era todo un simulacro a caso?

El joven poeta se volvió parte del sistema de jóvenes artistas, de lo contrario sería solo joven o solo poeta, o nada. Este fue el caso de muchos escritores (y artistas en general) que se convertirían en jóvenes creadores. Por mi parte, entendí tristemente que mi idea de la escritura literaria era estéril pues me había enfocado únicamente a practicar a leer y a imaginar idílicamente lo que podría llegar a hacer sin interés de publicar cualquier cosa en cualquier lugar, y que lo único que podía contar para mí era crear una obra basta, grave, inolvidable para la humanidad.

Años después, no hace mucho, me decidía a abrir durante la convocatoria el sistema de registro para calificar a la beca. Lo cerré después de cinco minutos.

Texto original: tumblr


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